El Vía Crucis Magno de Córdoba dejó momentos difíciles de olvidar, pero la presencia del Cristo de la Expiración de La Rambla fue una de esas estampas que se quedan grabadas. Su llegada desde la Iglesia de la Asunción llevaba consigo algo más que una talla de enorme calidad: traía el sentimiento de un pueblo entero que lo acompañaba hasta la capital.
A medida que avanzaba por las calles cordobesas, daba la sensación de que esa imagen estaba hecha para caminar por ellas. Cada giro, cada silencio y cada mirada hacia el Crucificado creaban una atmósfera especial, bella y estremecedora a partes iguales. Fue un instante donde la devoción y la estética se encontraron de forma natural, dejando una de las escenas más profundas de la jornada.
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